He querido escribir desde hace tiempo, pero no podÃa. Aunque haya suficientes temas impactantes, como la polémica acerca de un documental, o un paÃs influyentÃsimo en una de sus peores crisis, no sentÃa que tuviera algo que opinar al respecto. Y no dije nada.
Pero resulta que este fin de semana murió Rita Guerrero. Y eso me puede. Me puede mucho.
La muerte de un músico es un dolor distinto: es alguien a quien uno no conoció, pero que sà lo conoció a uno, si no, ¿de qué manera se explica que ellos entiendan mejor que nadie lo que uno siente y piensa? ¿Qué no se acompaña con música en esta vida? Pero con Rita no se muere solamente una cantante que nos tocó en momentos luminosos y oscuros; muere también una voz digna que supo enseñar, opinar, protestar y susurrar lo que estaba viviendo. (A todos nos llegó como un secreto la enfermedad de Rita, y ese secreto a voces se hizo concierto y apoyo: un abrazo apasionado pero discreto, porque Rita, insisto, tenÃa esa dignidad que sólo tienen ciertas mujeres.)
Y si he querido hablar de Rita y no del resto de los temas de coyuntura es, precisamente, porque a este duelo asistimos solamente los dolientes. No se colgarán –espero- los polÃticos, los presidenciables, los medios de comunicación. Quisiera pensar que lo hacen por vergüenza, pero en realidad lo hacen por ignorancia. Nunca terminaron de comprender nada, todavÃa no lo logran. Lo cierto es que Rita deja un paÃs en el que los medios tienen pocos espacios dignos de su presencia, y en el que el sistema de salud pública tampoco puede respaldar a una mujer enferma. Qué desvalidos nos deja, qué falta nos hará su entereza.
He leÃdo algunas despedidas de sus amigos, colegas y alumnos. El feisbuc se vuelve a veces un mausoleo. Miro al pasado y en mi adolescencia está ella, su voz: estuvo conmigo apenas hace un mes, cuando me reencontré con mis amigos de la universidad. No quiero decirle adiós, sino gracias, y bienvenida a la inmortalidad.
Deja una respuesta