En mis múltiples viajes de regreso a casa me encontré con una situación peculiar, iba en mi ruta de trolebús de siempre, donde no suelo tener contacto con mis acompañantes, pero esta vez me encontré c
on un compañero muy caracterÃstico. Un hombre de cuarentaitantos años, con obesidad nivel dos, que se sentó presuroso a mi lado, supongo que tanto peso puede cansar sus desgastados pies, asà que cuando vio un lugar vacÃo cerca del pasillo corrió (bueno no precisamente) a sentarse.
Todo era normal, hasta que me percaté que como caricatura terminé prensada a su lado, tratando que mi rostro no se embarrara con el vidrio del trolebús, rescatando mi brazo izquierdo ante la eminente situación, me sentÃa realmente incómoda (un grupo de chavitas que estaban en frente de mà no pudieron aguantar la risa de mi obvio aplastamiento), pero mi muy humana persona dijo, ¡no calma!, ¿sabes cuántas veces este pobre hombre ha sido discriminado por su situación?, ¿sabes cuántas veces se han burlado de este señor o peor aún llamado con algún apodo en la calle? Es por ello que le daba mi apoyo y comprensión a este hombre que lidiaba con ese gran peso.
Pero después todo empezó a complicarse, pues mi risa quiso escapar ya que mi brazo izquierdo se encontraba totalmente dormido, ¡por dios! ¡¿Cómo le digo al señor, quÃtese o deme permiso?, eso serÃa discriminatorio! Traté de acomodarme pensando que con cualquier movimiento esta persona pensarÃa que me daba repulsión, lo cual no era “ciertoâ€, pero mi brazo estaba inmóvil asà que subà una bolsa que tenÃa entre mis pies, asà podrÃa ponerla como una pequeña barrera y asà entenderÃa que necesitaba un poco de espacio, además es mejor que pedirle permiso y cambiarme de asiento (eso sà serÃa discriminatorio). Pero ¡oh sorpresa!, su asquerosa y gorda mano empezó a acariciar mi pierna, en eso quedé en shock pensando que el pobre señor de sobre peso era más que nada un mega cerdo apestoso seboso pervertido.
Y quitándome la pena, le pedà que me diera permiso, a lo cual no movÃa su marranesco cuerpo, y diciéndole que era necesario que se parara pues no cabÃa en un reducido espacio ergonómicamente estudiado, obvio era un marrano ocupando un lugar para gente normal! ¡¿Qué le pasa?! Para la otra que piense donde sentarse!!!, y dejar de encasillar a sus vÃctimas que no se pueden defender a menos que brinquen su panza.
Aquà es donde la discriminación termina al filo de un pervertido y toda comprensión se vuelve repulsión, es asà que un indÃgena puede terminar siendo un naco, un señor de edad avanzada puede ser un rabo verde o un homosexual puede terminar siendo un joto.
¿Qué tan “comprensivos†y discriminatorios podemos ser? Y hasta que punto queda el respeto a estas personas, pues fácil contestando: ¡no guey! No eres un naco y yo no soy una fresa, simplemente no me jodas y yo te respeto. Pendejo jaja.
Jajajajajajajajajajajajaja, no manches mi Delfina, al inició también pensé: Chale que mala onda, pobre Dón. Pero lo de la mano cachonda, jajajajajajajajajajajajaja, aunque usted no lo crea, todo puede pasar.
Exelente crónica mi Princesamarinocretence, artos abrazos y besos zipoliteñosoleadosaborcoco, sabes que te quiero…