No sé ustedes, pero yo me declaro harta: ahora resulta que todo, absolutamente todo, es conmemorativo de los Centenarios. Con nuestra independencia declarada pero con una identidad no resuelta, con nuestra revolución inconclusa y millones de estómagos tan vacÃos como hace cien años, al licenciado que trabaja de presidente se le ocurre que tenemos mucho que celebrar.
Lo curioso es que, en uno de los sexenios más sangrientos, inestables y carentes de nuestro paÃs, el presupuesto destinado a estas celebraciones no revela nuestra realidad. Dudo mucho que en los paÃses de primer mundo existan gastos semejantes. Claro, ellos no tienen nada que demostrar. Y al sr. Calderón, tan conmemorativo, no le falta nada: tiene su guerra intestina y su fiestita absurda, como su antecesor directo, Dn. Porfirio (aunque la comparación no cabe, pues el General tiene otros méritos).
Evidentemente, todo el mundo está haciendo su agosto. La celebración se convierte en pretexto, en capital polÃtico, en estrategia de marketing y en distractor. Hay que ver el fútbol -doscientos años después México le concede a España la revancha-; hay que coleccionar las monedas de héroes desconocidos u olvidados; hay que inaugurar obras inútiles y mal planificadas y, por supuesto, no hay nada mejor para celebrar nuestra mexicanidad que comprar un automóvil alemán. Nuestro paÃs está de fiesta… ¿cómo se irá a poner la cruda?
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