Te digo el cielo como si existiera, y en el cabello de reflejos lunares hundo mi cordura, uno, dos pasos, dudo del asfalto, no creo en su existencia bajo mis pies.
-Bebamos cerveza- me digo que me dices, reconstruyo tu voz en mi memoria elástica, pero eso fue hace ya algún tiempo, la calle de Madero no esquina con BolÃvar, ¿era tu presencia la que unÃa estas calles? Espero que no, porque si fue asÃ, no podré llegar a la tienda donde venden corazones en fragmentos que se cuelgan en el cuello para ahuyentar a los nahuales.
Voy a rezar a la Catedral aunque no se como hacerlo hacerlo, compro una veladora que no pienso encender, el Cristo del veneno no me mira, su piel negra ha sido envenenada, la mÃa también y permanece blanca, ¿la tuya ya es negra?
Miro un sombrÃo mural, ¿no tendrÃa que sentirme mejor aquà dentro? Ãngeles alados devorando la muerte, cristos sangrantes, vÃrgenes llorando, escogà un mal lugar para olvidar el sufrimiento.
Salà lentamente y caminé hacia la Plaza de la Constitución, vi un Pegaso caminando cerca de la carpa de un hombre que hace huelga de hambre como protesta al elevado precio que se paga por soñar, me miraba y batÃa sus alas tristes, lo miré alejarse, y comencé a pensar en otra cosa, mis ojos encontraron a una mujer multicolor enjaulada en el centro de la ciudad mas frágil del mundo, sola y sin lagrimas, y te dije –pinta mi cuerpo del color del olvido, púrpura deberÃa ser- sigues sin escucharme y yo me quedaré sentada en la banqueta , cerca de los “hombres –circo de teatro experimental “que pretenden (ellos lo han dicho) sonrisas con su espectáculo de fuego y desamor, porque finalmente, dicen, el amor no es mas que una fiesta a la que han sido invitados nuestros cuerpos, el desamor es solo la despedida de esa fiesta que no podÃa durar para siempre, somos animales diferente.
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