Si, como se suele decir, las mayores verdades se dicen jugando, Eduardo Mendoza las dice muy bien. No sólo presenta una historia cuyo contexto histórico permite satirizar, como no queriendo, algunas de las más grandes tradiciones filosóficas y religiosas de la historia de la humanidad, sino que además se permite burlarse de géneros literarios canónicos, como la epopeya, la novela negra y el libro de viajes. ¿Cómo se hace que un libro apoyado en tanto manuscrito no tenga tufillo a viejo?
Woody Allen lo habÃa hecho ya: mostrar que las grandes verdades eran absurdas desde los tiempos de Aristóteles es uno de los mayores méritos de su comedia Dios. El otro serÃa, evidentemente, ser graciosa y docta sin que ello parezca contradictorio.
Mendoza emplea recursos semejantes a los de Allen, si se permite la comparación: se burla de los estereotipos raciales, de las figuras intocables de la religión y la filosofÃa e incluso de eventos significativos de la historia, al menos de la bÃblica. Crea a un personaje absurdo que le da cohesión al relato y re-crea a los personajes de la memoria colectiva: el niño Jesús es un pÃcaro irremediable aunque candoroso, la virgen MarÃa es suspicaz sin dejar de ser discreta, San Lázaro es un cÃnico consumado y los judÃos son… los judÃos. Las peripecias se resuelven de la manera más boba y uno se pasa la novela riéndose de los dogmas.
Mucho de profundo hay, sin embargo, en el texto. Si bien el autor produce diálogos cómicos ligerÃsimos, en medio de ellos puede haber momentos que alcanzan casi lo aforÃstico. Pienso, por ejemplo, en una anécdota: cuando Lázaro quiere extorsionar a Jesús y a Pomponio, éste lo amedrenta con una vara. De la situación graciosa tÃpica se pasa a la frase lograda: Pomponio explica que el menesteroso huye asustado porque “nadie está más solÃcito de su integridad que quien carece de ellaâ€. Se me puede acusar de sobreinterpretar, pero al menos concédanme que la frase es polisémica.
Reconozco que la novela también tiene sus defectos: se distiende inoportunamente, no tiene el cuidado de subrayar lo importante, se le sueltan algunas costuras al hilo narrativo y de pronto la estructura detectivesca se siente forzada, incómoda. Da igual: el libro se disfruta por otras cosas y olvidamos sus fallos casi instantáneamente. Peccata minuta, que le dicen.
El asombroso viaje de Pomponio Flato es, junto con La verdad sobre el caso Savolta, un libro recomendabilÃsimo deeste autor vivo, activo y guguleable. Hay corruptos, inocentes condenados, mesÃas incautos y ateos irredentos. Es una historia sobre el principio de los tiempos que, sin embargo, no nos parece ajena hoy.
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