Hoy tomaba el café de la mañana, le hacÃa piojito a Nino y veÃa la tele: en el monitor una mujer hace una llamada para decirle a una madre divorciada que le ayudará a pagar sus deudas, aunque sea con una cantidad modesta. Luego, elige a alguien del público y le da dinero, sin que tenga que concursar, pues sabe que no tiene empleo. Hay gritos y lágrimas, hay agradecimiento, pero sobre todo, hay frases enfáticas y reveladoras. “Son tiempos difÃciles, pero pronto todo será mejorâ€, dice la presentadora, cuidadosamente desaliñada, educadamente informal.
Ustedes pensarán que lo que yo veÃa eran las repeticiones de “Laura en América†o cualquiera de sus variantes. Si les dijera que no, insistirÃan en que, al menos, el show debe ser latinoamericano. Yo sonreirÃa y les responderÃa que mi asombro mañanero (junto con lágrimas que no pude reprimir porque a solas soy más cursi que de costumbre) fue producido por un programa norteamericano: The Ellen Degeneres Show.
“WHAAAAAAT?â€, exclamarán ustedes, tan bilingües. Pues como lo oyen. Y yo no creo que sea una estrategia de rating. Lo que yo vi en la mañana fue, para mÃ, un signo de los tiempos que se viven. Si los gringos necesitan este tipo de programas, a nosotros, ¿quién podrá defendernos?
Lo curioso es que vi el show con cierto agrado. Vale la pena darle esperanza a la audiencia, pensé. Vale la pena prender la tele y encontrar a alguien que te da una palabra de aliento, y que le regala a quien lo necesita una cantidad simbólica. Sin embargo, de inmediato me pregunté si esa fórmula televisiva podrÃa aplicarse en nuestro paÃs. Me respondà categóricamente que no
“WHY NOOOOOOT?â€, dirán ustedes, que sà fueron al Harmon Hall. Pues por una razón muy simple: en México toda beneficencia televisiva genera suspicacia. No puede ser de otra manera: el público televidente conoce cómo funcionan los mecanismos de poder en el ámbito de la comunicación. Cualquier intento de programa buena onda serÃa descalificado de inmediato, por provenir de donde seguramente provendrÃa. Me pasa a mà con el Teletón, por ejemplo, que apoya una noble causa, sÃ, pero ¿a qué precio?
Ellen Degeneres es una comediante querida por el público americano. Fue, creo, la primera mujer en declararse lesbiana abiertamente, en su propio show de comedia. Los gringos no le agradecieron tanto la apertura como la honestidad, y desde entonces Ellen ha mantenido su lugar entre los consentidos del público gringo. Su caridad y sus palabras de esperanza son creÃbles y aceptadas porque vienen de alguien en quien se puede confiar. No hay atole con el dedo y, como se sabe, para los norteamericanos eso es fundamental: la ley es la ley, fair is fair.
A nuestra América -la Latina- no le ha quedado ni eso. Recibimos palabras de gente con mucha cola que le pisen, ¿cómo sacar de ello la esperanza que necesitamos? ¿Con qué autoridad moral puede Gloria Trevi decirnos que no tengamos miedo, que hagamos lo que siempre hemos hecho, cuando a nadie le queda totalmente claro cuál fue su grado de responsabilidad en los hechos que la llevaron a prisión? Eso es sólo un ejemplo: lamentablemente, los paladines televisivos sonrÃen y nos chulean -â€señora bonitaâ€, “gran familia mexicanaâ€- pero nos desprecian y nos dan la espalda, se burlan de nosotros, nos venden cosas en las que no creen, nos ridiculizan con parodias siempre crueles y hacen todo por distinguirse de nosotros. A pesar de eso, luego quieren decirnos qué hacer con nuestro cuerpo o por quién votar. Y por si fuera poco, vigilan tan poco sus propias conductas que tenemos que enterarnos después de su propia falta de civismo: los vemos en revistas después de iniciar peleas callejeras o al fallar la prueba del alcoholÃmetro o el antidopping.
Hoy veÃa a Ellen dar dinero desde un programa del que ella misma es productora y pensaba “¡qué bueno serÃa tener en la tele una fuente de esperanza en estos tiempos tan caóticos!†Después reflexioné y creo que me conformarÃa con tener una tele honesta y bien hecha, aunque no me hablara bonito, aunque no me regalara nada. Los gringos, en su crisis, están respaldados por todos los frentes. A nosotros, mexicanos en particular y latinos en general, nos ataca hasta la televisión.
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