En su acepción pura y dura, la palabra aristocracia envuelve un significado utópico pero deseable: el poder de los mejores. Dicho poder, concedido a lo mejor de una sociedad, teóricamente originarÃa una convivencia armónica entre los gobernados, puesto que el poder es irrebatible.
Es extraño emplear este término para nombrar a la Segunda República Española, periodo de 8 años en el que España se erigió como la democracia más moderna del mundo, liderada por intelectuales como Manuel Azaña, quien fue su primer presidente.
Hay que entender un poco de la situación de aquel entonces: España recién salÃa de la dictadura de Primo de Rivera, habÃa múltiples revueltas populares y Cataluña estaba al borde de la secesión. Por si fuera poco, en el campo y las ciudades del paÃs se vivÃa hambre y falta de oportunidades. AsÃ, el 13 de abril de 1931 se proclama en la localidad vasca de Eibar la Segunda República.
Durante este gobierno, más allá de las cuestiones sociales y polÃticas -se incluyeron grandes avances en un tema que era novedoso entonces: los derechos humanos-, se dio un gran impulso a las artes: la Residencia de Estudiantes de Madrid se consolida como centro de los movimientos culturales de vanguardia, los Ateneos de la Juventud florecen en ciudades industriales como Gijón y Santander, GarcÃa Lorca hace patria llevando a los pueblos su troupe itinerante, conocida como la Barraca…
Fue una etapa afortunada para la literatura: escritores de la talla de los Machado, Baroja, Unamuno y Jiménez, alternan con GarcÃa Lorca, Alberti, Celaya o Miguel Hernández. La pluralidad es el signo: desde los cantos desgarrados del cabrero Hernández hasta la reposada soberbia de Miguel de Unamuno que le espetó a los primeros sublevados su célebre ‘venceréis pero no convenceréis’, coexisten en esta soñada ciudad de las ideas.
La filosofÃa sale de las aulas y se lleva a los cafés de ciudades como Madrid y Barcelona, pero también a otros lugares eminentemente industriales, como Bilbao. Los sentimientos independentistas se concentran, aunque en una forma positiva: para 1933, Cataluña se convierte en la primer autonomÃa española libre de analfabetismo.
Todo este avance en las humanidades terminarÃa beneficiando, triste pero afortunadamente, a nuestro México: muchos de esos intelectuales llegaron al paÃs huyendo de la Guerra Civil, que en 1939 derrocó al gobierno legalmente constituido y provocó la diáspora más triste, la del alma y la inteligencia de un pueblo hecho de muchos pueblos. Esa semilla germinarÃa en la UNAM, en la Casa de España -renombrada por el nacionalchovinista EcheverrÃa como Colegio de México-, en el Fondo de Cultura Económica…
Por eso, a 80 años de este primer intento, es bueno soñar con un gobierno lleno no sólo de buenas intenciones, sino de las mejores propuestas e ilustrado.
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